✨ ¡Hola! En esta oportunidad quiero presentarles la novela “Cuestión de honor”, publicada en la colección Julia en 1988. La edición que tengo es de la editorial Harmex (Harlequín México), donde apareció con el título “La feminista”.
La historia comienza con Sara Ford, una periodista que, dos años antes, escribió un artículo poco amable sobre Max Christian. Ahora debe entrevistarse con él, ya que ha sido nombrado director de la revista para la que ella trabaja. Aunque al inicio Max finge no recordar aquel artículo, pronto Sara comprende que lo tiene muy presente.
Trabajar bajo la supervisión de Max no es sencillo para ella, y los encontronazos entre ambos comienzan...
💖 ¿Qué me gusta de esta novela?
La atmósfera de tensión entre Sara y Max, demasiado tercos con respecto a lo que sienten por el otro. Max decidido a ponerse en su camino una y otra vez, y ella intentando huir mientras sus prejuicios hacia él se desmoronan poco a poco. Y, para complicar la situación, aparece Delia Waterlow, la hija del dueño del imperio periodístico, decidida a conquistar a Max y dispuesta a apartar a Sara de su lado.
Es una de las novelas “antiguas” que guardo con cariño. Vale recordar que, aunque en español se publicó en 1988, la historia original data de 1982, algo que siempre es importante tener en cuenta al leer esas primeras obras.
Si se preguntan por qué en Harmex llevó el título “La feminista”, podrán intuirlo al leer el fragmento que comparto más abajo.
Un detalle más: si les gustan las novelas con escenas de sexo entre los protagonistas, esta historia no las tiene. Aun así, sigue siendo una bonita novela que disfruto releer.
📖 Para cerrar, les comparto un breve fragmento de la novela:
-No trates de cambiar la discusión -exclamó furioso-. ¿Por qué no te analizas a ti misma? Emanas hostilidad, ¿lo sabías? Lo pensé desde la primera vez que te vi, cuando entraste en las oficinas de Bystander, haciendo gala de esa ridícula ropa. Pantalón de hombre y sin sostén. ¡Típico!
-¡Ah! -exclamó Sara triunfante -. Pensé que ya habías olvidado todo eso…
-Sí, lo recuerdo - pasó a un lado de su escritorio y se acercó a ella, y Sara tuvo que armarse de valor para no retroceder -. Lo recuerdo, si eso te satisface. Entraste en esa habitación, dispuesta a escribir un artículo en contra mía, y fue lo que hiciste, aunque de manera aburrida. ¿Crees que era tan ingenuo para no darme cuenta de lo que sucedía? Eso fue hace dos años, Sara, y lo más triste de todo es que tú no has cambiado ni un ápice. Nada. Estás petrificada, como un pedazo de piedra. Dios no lo quiera, sólo que entonces tal vez ya no seas tan atractiva, cuando seas una vieja amargada, preguntándote qué estuvo mal, cómo se te pasó la vida…
-¡Cómo te atreves! - Sara le lanzó una mirada fría, y ya no pudo contener su ira. No importaba que la despidiera, pensó furiosa. No importaba lo que él hiciera, no iba a soportar todo eso sin defenderse -. ¿Qué te hace pensar que tienes derecho a hablarme así? ¡Ni siquiera me conoces! ¡No sabes nada de mí! ¡Eres el hombre más grosero que he conocido en mi vida!
-No creo que sea una gran distinción - bufó él -. Después de todo, no has conocido a muchos hombres, ¿o sí, Sara? Sí, trabajarás con los hombres, mientras te traten como uno de los chicos. Pero en el momento en que uno de ellos observa que debajo de todo ese ridículo disfraz hay una mujer hermosa, te da pánico, ¿no es cierto? Te da miedo salir con un hombre…
-¡Eso no es verdad!
-¿No lo es? Sólo échate un vistazo. Un buen vistazo. ¿Y qué es lo que ves? Una mujer que siempre viste ropa de muchacho, un soso niño de escuela, observa… -le tomó la muñeca con fuerza y la sacudió frente al rostro de ella-. Una mujer que no usa ropa de mujer, que no se maquilla, que tiene veintitrés años y parece de quince. Una mujer que no quiere madurar y admitir que es una mujer, porque siente un miedo estúpido de lo que podría pasar si lo hiciera. No es difícil figurarse por qué no pudiste escribir ese artículo, Sara. No sabe nada sobre el matrimonio y nada sobre los hombres. Nunca has tenido un romance en tu vida, ¿o sí? Tal vez nunca te han besado como se debe. El problema contigo, Sara, es que necesitas que te despierten, y pronto. De otra manera, te quedarás como eres ahora durante el resto de tu vida, y si crees que entonces serás una buena escritora, ¡te diré que estás equivocada!
Aún tenía asida su muñeca con fuerza, y furiosa, Sara trató de soltarse.
-¡Suéltame! - gritó -. No pienso quedarme aquí y…
-¿Lo ves? - con fuerza, apretó aún más su mano y la atrajo hacia él de manera brusca -. ¡Está escrito en cada línea de tu cuerpo, en cada centímetro de tu rostro! Mírate ahora, tratas de huir de mí… maldición, si tan sólo la manga de mi camisa toca tu brazo, saltas. ¿Por qué no lo admites, Sara? Y dime, ¿qué temes?
-No temo a nada - replicó.
-Pero sí tienes miedo, Sara. Tienes miedo de esto…
Y antes de que ella supiera lo que estaba sucediendo, él la atrajo aún más, apretándola contra él, e inclinó su rostro hacia el de ella. [...] Luego, de manera deliberada, muy despacio, ignorando su forcejeo, la besó.
Ella movió la cabeza a un lado, y su áspera piel rozó contra la de ella.
-No, por favor… - le suplicaba, y cuando sus labios se entreabrir, él los encontró. Su mente se puso en blanco mientras él la estrechaba más y más. La atrajo tanto hacia su cuerpo, que sus senos quedaron apretados con fuerza contra el calor de su torso; bajo la presión de sus labios, ella experimentó un placer extraordinario y penetrante, que corrió por su cuerpo como una llama, transmitiéndose de nervio a nervio. Dejó que le abriera los labios, se rindió a esa lenta exploración de su boca, y sintió que se relajaba. Sus manos dejaron de tratar de empujarlo, sus músculos se aflojaron y, como si viniera de lejos, escuchó a su propia garganta emitir un suspiro de entrega.
-Dios mío, Sara - sus labios la besaban, su voz era grave. La abrazó con más ternura, despacio, acariciando su cuerpo, moldeándolo contra el de él. Por instinto, sin saber bien lo que hacía, ella buscó sus labios de nuevo. Pero entonces, él la apartó un poco, le tomó la mano y la puso contra su pecho.
-Oh, Sara - le dijo con suavidad, los labios en su mejilla -, ¿puedes sentirlo, puedes sentir cuánto te deseo?
0 comentarios:
Publicar un comentario